Para el bien o para el mal, nos ha tocado vivir en una sociedad de consumo que llega a considerar necesidades urgentes todo lo que se inventa y que a lo único que conduce es a que pueda aparecer el hastío y el aburrimiento, como le sucedió a una jovencita, hija de unos padres acaudalados, que vivía en una mansión de la Costa Azul, con playa particular, disponiendo de cuanto le apetecía adquirir: coche, piscina interior, una embarcación deportiva para disfrutar del Mediterráneo, vestuario que nunca utilizaba más de dos veces, sin que le faltasen tampoco mil ocasiones de asistir a fiestas y celebraciones. Cierto día la madre encontró a su hija en la terraza de su habitación, tendida en una cómoda hamaca, gesto cabizcaído que le hizo preguntarle, lo que le pasaba. La respuesta, en tono lánguido, no se hizo esperar: “Mami, es que me aburro”.
Sin una educación adecuada para saber consumir, aquella escena se repetirá una y mil veces. Hace ya muchos años, Rostow en su libro “Las etapas del crecimiento económico”, nos decía que “ni los fines de semana largos, ni la pertenencia a Clubs distinguidos, ni caprichos adquiridos a torrentes, ni los deportes más diversos, pueden vencer al aburrimiento si el hombre es, se da a sí mismo fronteras interiores”.
De ahí la importancia que adquiere cada día el procurar dar a conocer a los niños cómo ejercer un consumo responsable, que, cuando menos, requerirá que se proceda de la manera siguiente:
Valorar las posibilidades económicas con que se cuenta, desde el mismo momento en que se pone en la mano de la gente menuda, la primera y tradicional “paga” semanal.
Valorar si lo que se va a comprar es una auténtica necesidad y no un simple deseo. Más de mil veces, se nos ha dicho, que no todos los deseos deben transformarse en necesidades vitales y pese a ello nunca como en los tiempos actuales, se ha visto de forma tan llamativa la aparición de deseos que se toman por necesidades. Solo una enseñanza apropiada se podrá reducir tan peligrosa costumbre, para los individuos y para las Naciones.
Valorar el motivo que nos ha hecho llegar a un consumo neurótico: la presión social del mundo circundante, el querer disponer de todo lo que el otro dispone, mantener un estilo de vida que nos haga envidiables…
Valorar si nuestro consumo está orientado hacia solo lo material, desdeñando toda adquisición que se dirija a niveles más altos.
No se pueden negar las numerosas tentaciones de las que hay que defenderse para no hacernos consumidores irresponsables, dada la fabulosa cantidad de cosas entre las que podemos elegir. La publicidad fortalece nuestras motivaciones: ventas a plazos, pagos diferidos, aceptación de la devolución de artículos ya pagados… De aquí que se necesitara de una especie de aprendizaje para consumir bien. Friedmann, en su libro “El Poder y la Gloria”, se refirió a que “La observación de las sociedades de la abundancia, demuestra que sus miembros no pueden sacar plenamente provecho para realizarse y lograr su bienestar, si no son capaces de hacer una selección correcta de lo que adquieren, es decir, echar mano de ciertos valores ineludibles, que se deben respetar”
El no educar para consumir producirá una inclinación a dar más importancia al “tener” que al “ser” que permitirá que “vivamos bien” pero no que “vivamos mejor”, fortaleciendo nuestro interior.
Una educación infantil en que además de las asignaturas que se imparten para que un día permita abrir un cómodo camino en la sociedad, no vaya acompañadas de las reglas que será necesario respetar para consumir bien, solo favorecerá el aumento de lo que se llamó “miseria psíquica”
No debe olvidarse que será más fácil ser un consumidor razonable, si se vive en una sociedad que no deje a un lado las fuerzas interiores que hacen “vivir mejor”, pero sin olvidar que gracias a muchos aspectos de carácter puramente material han permitido que millones de personas disfruten hoy de un bienestar y comodidad superiores al que antes tenían. Un equilibrio entre el “tener” y el “ser” resultará siempre necesario.
Pero una política que se esfuerce en fomentar el consumo responsable quedará siempre incompleta si no se tiene también en cuenta el lado positivo que el ahorro aporta siempre.
Los alemanes suelen decir que “lo que no aprende Juanito, no lo aprenderá Juan” y creemos que tienen razón. También esto se puede referir al ahorro.
En los Centros especializados para enseñar a consumir, que existen desde ya hace muchos años en Suiza, se acostumbra al alumnado a que diseñen un diminuto presupuesto, cuando aún son niños, que comprenderá tres columnas: Ingresos, Gastos y Ahorro. El importe de la “paga” (ingresos) lo decidirán los padres con la prudencia y reflexión suficientes para no empeñarse en que sus hijos sean, entre todos los compañeros de clase, los que más dinero disponen. Los gastos de un niño se reducirán, bien a lo propio de la edad, golosinas… bien, en lo que se emplee en asistir con sus compañeros a un cine o a una fiesta familiar…, y siempre sin olvidar que una parte se debe dedicar al consumo orientado hacia lo alto, cuentos, antologías de autores conocidos… y en fin, una parte de la “paga” será destinada al ahorro, por pequeña que sea, pero que guardada en una hucha bien blindada, puede en el futuro facultarle adquirir una bicicleta, o disponer de un equipo de deporte.
Seríamos sin embargo unos soñadores, incapaces de poner los pies en la tierra, si no admitiéramos que, en épocas de crisis económica, como la que en la actualidad pasa nuestro país, habrá situaciones en que la “paga” no se pueda dar a los hijos, que el gasto por ambas partes deberá ser reducido y que el ahorro infantil pasará por un mal momento. Sin embargo, los malos tiempos no duran siempre y por ello, no habrá que esperar a la recuperación para enseñar a consumir con responsabilidad.